Que Boredoms, KK Null y Fat Mariachi fue el evento más ansiado de todo Radar no es noticia, incluso que era de los eventos más importantes de todo el Festival de México y que toda la comunidad asidua de la música experimental iba a estar allí o que iba a ser un lleno total, todo eso ya se sabía mucho antes. Pero, simplemente, nadie sabía a ciencia cierta lo que iba a pasar, nadie sabía cómo es que todo lo que se dijo de los artistas que se iban a presentar se iba a materializar en un acto en el escenario, y nadie sabía de la variedad que nos esperaba. La gente que compró su boleto esperó mucho, y no sólo nadie se iba a decepcionar, sino que nadie iba a saber cómo reaccionar ante una descarga tan enorme y tan diversa de propuestas como las que se sucedieron en el Lunario.
En un espacio de menos de cinco metros cuadrados, y con más props e instrumentos que los que podían manejar, Fat Mariachi soltó un performance tan extravagante que parecía que el público nunca se iba a animar a seguirles la corriente. Kai Kraatz, Daniel Lara y Carlos González llegaron, se plantaron en una esquina del escenario y le dieron serenata a aquellos que se atrevieron a acercárseles. Kraatz entró y le pidió a un miembro del público que le ayudara a manipular una especie de caja de ritmos que generaba un ulular sobre el que los mariachis tocaban, pero cuando notó que no tocaba al mismo ritmo que ellos (y luego de reprenderlo diciéndole “¡Hey, tú también!”) se lo dio a alguien más. Daniel Lara hizo gala de todo su armamento de juguetes y cachivaches sacados de la mente de un niño genio hiperactivo, haciendo ruidos con una especie de teclado hecho con Lego y una palanca de maquinitas. Kraatz cambiaba de bajo a guitarra a bajo a guitarra otra vez por tantas veces que nada parecía tenerlo contento. Fue entonces cuando Fat Mariachi decidió cantar una canción en la que escenificaba una trágica historia de amor entre un cerdo y una piña. Así, Kraatz, con máscara de cerdo hecha a mano, le cantaba a una piña de papel como de fiesta infantil, que gritaba y rogaba por el amor del cerdo en una voz en off, al tiempo que, Daniel Lara, con delantal de carnicero, se dedicaba a hacer pedazos a la piña y de paso al cerdo, mientras Carlos González repartía cilantro a manojos para el público, todo esto para llegar al momento cumbre de la noche, en que Lara destruiría también la tabla sobre la que asesinó a la pareja protagonista. Cabe decir que la tabla era una laptop Mac, misma que, una vez hecha pedazos, fue repartida entre el público como si se tratara de una iniciación un culto satánico (¿qué cosa hay más satánica que alguien que destruye una Mac vestido de mariachi con ruido como fondo?). Daniel Lara se lució, por cierto, regalando también el mandil del sacrificio. Posteriormente, una mariachi güera entró para provocar al público, arremetiendo con un poco patriótico “¡Viva México Cabrones!” a un público que palidecía en comparación. Tras cerrar con algo que parecía una balada a gritos, Fat Mariachi, habiendo quemado absolutamente todas sus naves en menos de treinta minutos, se salió del escenario sin llevarse nada, dejando la primera fila hecha un desastre de circuitos, pedazos de piña de papel y cilantro.
Kazuyuki Kishino, también conocido como KK Null, tuvo en sus manos al público durante todo el tiempo que tocó, a quien bombardeó con sonidos sumamente duros, otros más espaciados, loops que marcaban ritmos que encendían al público de golpe. Null desplegó todo su arsenal, absolutamente todo, y cualquier sonido que generaba era seguido con atención por el público. Una cosa a notar de Null es que era muy difícil seguirle la pista, todos los sonidos que procesaba iban y venían y uno tenía que estar al tanto. Ya de por sí es muy difícil seguir con detenimiento un disco de KK Null, pues a su trabajo hay que agregar el refinado proceso de producción, y en este caso las cosas no se hacían más sencillas. Null se presentó como un bloque muy duro y muy sólido imposible traspasar, y uno, desde el nivel del público, tenía que ver cómo este bloque iba pasando por diferentes fases, haciéndose todavía más fuerte. Y mientras Null se engrandecía, se iba haciendo más y más grande, el público veía como este monstruo de la música iba llenando más y más el Lunario con una marejada de sonido perfectamente nítido, que en su limpieza ponía una verdadera prueba de fuego a los asistentes, que no pensaron, con muchos discos y videos que hayan podido ver de KK Null, que esta avalancha de cambios de sonido, ritmos, volumen y gritos pudieran ser tan avasallantes. KK Null nubló el ambiente de todo el Lunario, lo lleno de sonido, lo movió con sonido, hizo flotar y fluir al público, lo paralizó, le inyectó energía a borbotones y luego le obligó a detener el flujo. Así como Null hacía una serie de decisiones tan enérgicas en su presentación, manipulando el sonido, el público era movido por Null al mismo tiempo. Detrás de su mesa, con tan sólo dispositivos electrónicos y un micrófono, Null manejó a todo el Lunario, con algunos movimientos de manos y perillas, y cuando terminó dejó que todo se fuera apagando casi por sí sólo, para así retirarse en medio de una ovación gigantesca.
Piensen en los discos de Boredoms que han escuchado, en los videos de Youtube que han visto, con mejor o peor definición de imagen y sonido, piensen en lo que han leído sobre aquellos proyectos un poco más difíciles de absorber vía video o mp3, como el proyecto Boadrum, piensen en la presentación de Yamataka en Radar en el 2008, piensen en todos los rumores que circulan acerca de la dinámica de esta banda en el escenario, piensen en lo que debe ser una presentación de Boredoms a juzgar tan sólo por lo que pueden hacer sus integrantes en solitario, piensen en todas las reseñas de conciertos de Boredoms que han leído en internet, tomen todo lo bueno que saben o han escuchado de ellos, multiplíquenlo todas las veces que crean necesario y no van a estar ni siquiera cerca de lo que fue la experiencia de Boredoms en el Lunario. Ni siquiera los que estuvimos ahí tenemos mucha idea de lo que realmente ocurrió. Boredoms, una de las bandas más solicitadas de Radar desde que se comenzó a traer artistas de avant-rock (Fantômas, Thurston Moore, Melt Banana), fue una experiencia tan abrumadora, tan físicamente demandante, que incluso escribir al respecto parece fútil. Cuando Yamataka Eye, Yoshimi P-We, Hisham y Butchy salieron al escenario, nadie sospechaba lo que se venía. Empezando con Yamataka tocando las Sevenas, que son un par de guitarras de siete cuellos (una de ellas de Telecaster) que se tocan como instrumentos de percusión, los tres bateristas empezaron un golpeteo brutal, pero quedaba una batería libre, demasiado lejos de la zona de acción de Yamataka como para que fuera suya, fue entonces cuando, por un extremo detrás del Lunario, entró Yojiro Tatekawa, tocando la batería ¡sobre una tarima cargada por cuatro personas!, que dio vueltas entre el público hasta quedar frente a Eye, con quien intercambiaba palabras a gritos mientras tocaba la batería fuerte, rápido, como a zancadas. Entonces, una vez cerca del escenario, Yojiro saltó y se incorporó al círculo de cuatro baterías que seguiría, por no menos de dos horas, las instrucciones de Yamataka, las cuales daba a través de los palos con los que tocaba la sevena (verde para tocar y naranja para marcar cambios), mediante movimientos de las manos, todo el cuerpo. Esto es lo más claro de lo que puede decirse que hizo Boredoms en el escenario durante el enorme rato que tocaron. Dentro de todo eso, quienes se lo hayan perdido (literalmente, perdido), tendrán que usar la imaginación mezclando a cuatro bateristas a los que los adjetivos les quedaron cortos, una serie de gritos, chillidos, canto, coros (tanto de Yamataka como de Yoshimi P-We), guitarrazos, saltos, cambios de ritmo súbitos, mucho procesamiento electrónico de voz y efectos pero sobre todo, una sincronización per-fec-ta, todo esto, repito, por no menos de dos horas. El sonido de Boredoms fue tan perfecto que había momentos, tras horas de estar moviendo la cabeza, el cuello o las piernas, en que uno simplemente se quedaba inmóvil. Tras salir a tocar un encore, su sonido fue mucho más delicado y sutil, en donde las baquetas se cambiaron por unas más suaves, en el que se tocó sobre una base sonora que simulaba lluvia, en el que los platillos apenas se sugerían. En todos los conciertos de avant-rock de Radar en los que he estado, pienso en la gente armándole bronca a Melt Banana, al público convertido en ola cuando Thurston Moore reclamaba a alguien para ser lanzado a la batería de Wiliam Winant, a un coro de fanáticos enloquecidos de Mike Patton y créanme, en serio, créanme, nadie ha armado lo que armó Boredoms hace unas cuantas horas, nadie ha hecho a la gene gritar como gritó, saltar como saltó, emocionarse tantas veces como lo hicieron a través de todas las pausas y cambios de ritmo. En todo este párrafo realmente no he dicho gran cosa, y si hay que resumir la presentación de Boredoms dentro de Radar, con todas las reservas, creo que podría definirse como “algo que, definitivamente, no va a volver a pasar”, y quienes estuvieron allí, lo saben.
fmx - Festival de México
¡Déjate transformar!