domingo, 21 de marzo de 2010

DECISIÓN, EBULLICIÓN, MINIMALISMO Y SINESTESIA

Decisión, ebullición, minimalismo, sinestesia: cuatro horas de electrónica experimental en radar

La noche de Electrónica Experimental de Radar fue, por mucho, la más intensa de las muchas que hemos visto pasar. Pudimos ver proyecciones del tamaño de un muro acompañando sonidos electrónicos, instrumentos pasados por un proceso muy denso, una leyenda convulsionarse con su violín en el escenario y a un trío de franceses generando un espacio completamente nuevo. Una cosa sí es definitiva: el boleto valió cada peso pagado.


En una pantalla gigante (que llegaba hasta el segundo piso del Palacio de Medicina), Jorge Haro presentó una sesión de video y sonidos electrónicos generados al mismo tiempo. Una línea roja al centro de la pantalla se iba deshebrando conforme el sonido iba abriendo espacios más y más grandes, posteriormente veíamos vistas de ciudades (Lisboa, Huelva), formas geométricas que se iban agitando con el sonido. Con la responsabilidad de maniobrar en vivo un sonido que responde al video y viceversa, lo que más llamó la atención de la presentación de Jorge Haro fue cómo, mediante una serie de decisiones, construyó su set de una forma poco usual para un artista tan electrónico como él. Mientras Jorge Haro tocaba, si necesitaba detener de tajo lo que estaba sonando y pasar a otra cosa, lo hacía, dejando un gran espacio de silencio entre partes, cediendo lugar para lo que seguía; muchas veces uno podía pensar que había terminado, sólo para verlo regresar a un bloque de sonido totalmente distinto de lo que estaba haciendo. Este tipo de decisiones tan sólidas son raras en la música electrónica, Jorge Haro no trataba de matizar, de hacer que un sonido sonara más interesante, sino que generaba lo que estábamos escuchando allí mismo; uno esperaría de un músico tan fuertemente electrónico un concierto difuso y sutil, pero Jorge Haro presentó un conjunto de decisiones que, de hecho, no necesariamente facilitaban la escucha, sino que la hacía algo más pausado, profundo.


De las cuatro, la presentación de Burkhard Stangl y Angélica Castelló fue, definitivamente, la más espesa. Con guitarras, una flauta de pico de casi dos metros y mucho procesamiento eléctrico, escuchar a Castelló y Stangl fue como estar dentro de una cacerola que hervía tan lentamente que nadie se dio cuenta de en qué momento todo entró en ebullición. Y lo que más facilitó esta sensación fue lo complicado de descifrar la fuente de toda la avalancha de sonido que provocaron. Aunque eran visibles las guitarras de Stangl y la flauta de Castelló, la variedad de sonidos que generaban a partir de sus instrumentos se multiplicaban a la ene potencia cuando pasaban por pedales, switches y cables. Mientras el sonido iba creciendo como bola de nieve, uno volteaba a ver lo que estaban haciendo y, al no encontrar un referente más o menos claro (uno sólo veía a Stangl, sentado con su guitarra en las piernas manipulando dispositivos en la mesa y a Castelló abrazando su flauta), el sonido, desprovisto de una imagen obvia, se hacía más difícil de sostener. Por un lado, las guitarras de Stangl llegaban a sonar un par de veces, sólo para llegar a los oídos del público como una bruma que nadie sabía en qué momento se volvió tan concentrada; a veces uno podía ver a Stangl actuar rápidamente sobre su guitarra, yendo de un lado a otro de la mesa y uno simplemente no sabía si le estábamos siguiendo el ritmo o si él ya estaba en otra cosa, mucho más adelantado. Aunque quizá lo más complicado de seguir fue a Castelló, quien hacía todo tipo de ademanes sobre su flauta, susurrando sobre ella, envolviéndola con masking tape, tocando su base con un arco de violín, marcando ritmos con la voz, que poco a poco se iban haciendo parte del entramado y se iban perdiendo, sumándose a una experiencia de sonido que, por momentos, se hacía verdaderamente abrumadora, envolvente. Creo que fue de lo más memorable de esta presentación: ver a Angélica Castelló tratar tan sutilmente a su flauta y provocando un alud que nadie se imaginaba.


Tony Conrad, como bien apunta Carlos Prieto Acevedo en el programa de mano, “bien podría ser una institución de la experimentación minimalista norteamericana si no fuera por el hecho de que a sus 70 años de edad continúa desbordando, con la ingobernable potencia de su violín, los límites del espacio, de la audición y de las categorías musicales”. A Conrad le bastó armar un escenario sencillo y modesto para sacudirnos a todos: un foco en el piso como única fuente de iluminación y una manta blanca que cruzaba de extremo a extremo el Palacio de Medicina sobre la que se proyectaba su silueta, con una maleta pequeña en la que seguro cabrían su violín, su pedal y lo que parecía ser un discman con el que reproducía una base sobre la que tocó. Eso era todo lo que esta leyenda de la música de los últimos 40 años necesitó para volver loco a todo el público. Conrad, con pantalón blanco, camiseta y sombrero, prendió su discman (escuchábamos el beep del aparato mientras arreglaba algunos detalles antes de empezar), tomó su violín y comenzó. Conrad prolongaba notas de su violín mientras casi bailaba sobre el escenario, revoloteando sobre el foco que había colocado. Sólo podíamos ver su silueta, sin embargo, por algunos momentos (muy pocos), se podía ver la cara de Conrad, que esbozaba una sonrisa como de poseso, aterradora, mientras hacía los movimientos más extraños al tocar su violín. De repente, se acercaba a su pedalera, la accionaba y trabajaba sobre un loop de violín grabado en el momento, así fue construyendo su presentación por poco más de treinta minutos, con violín en vivo sobre loop sobre una grabación, con movimientos que pondrían nervioso a cualquiera, con un pequeño salto que apenas se alejó del suelo. Conrad, cuando terminó, lo hizo de golpe, apagó su discman, apagó el loop y dejó de tocar. Ante el aplauso y los gritos interminables del público, Tony volvió al escenario y se limitó a decir: “Minimalism, minimalism”.

En una oscuridad total, cerca de la medianoche, Metamkine, con Auger, Noetinger y Querel, generaron una atmósfera. Era fácil imaginarse un montón de proyectores diseminados por el patio del Palacio de Medicina, pero la experiencia real de ver estas imágenes en filme de 8 y 16 mm fue gigantesca, desde la textura, el movimiento del proyector. Con una experiencia del tipo que resultó Metamkine resulta irrelevante describir las imágenes que usaron, los sonidos que escuchamos. Si vimos imágenes semi-abstractas (que por momentos recordaban células, mapas, líquidos en vista microscópica, paisajes apenas sugeridos), proyecciones de sombras del público y sus integrantes, refracciones de luz o la mano puesta frente al proyector, eso no importaba. O si la cantidad de sonidos que escuchamos, provenientes de Jérôme Noetinger, sentado en el piso, era infinitamente mayor a la que nos hubiéramos imaginado cuando vimos los aparatos que utilizó: discmans, cassettes, un pequeño teclado análogo, cables; en resumen, dispositivos de procesamiento sonoro absolutamente análogos ( nadie vio una sola computadora durante su presentación), y no obstante, eso tampoco fue lo más relevante; lo increíble, lo verdaderamente sobresaliente de Metamkine era la precisión con la que unían estos dos elementos, sonido y cine, en una idea más que clara de la palabra sinestesia. Focos que parecían estallar, momentos en que todo se iluminaba en el escenario a nivel de suelo, sólo para regresarnos a la oscuridad de repente, sonidos muy muy fuertes, imágenes que se adecuaban al ritmo cambiante del sonido, todo eso mientras las tres proyecciones se sincronizaban. No estamos hablando de adecuar los tiempos de tres videos, no, sino de editar, de entender la construcción de sonido e imagen como una sola cosa, y cuando eso ocurre, y definitivamente ocurrió anoche, no se necesita “sincronizar” tiempos, sino maneras de construcción. Mientras parecía estallar una bocina (literalmente), la imagen parecía incendiarse lentamente, mientras el sonido se iba apagando, la imagen se iba apagando. Cuando terminaron, con un silencio y una oscuridad sepulcral, regresamos a la realidad (con las voces del público y la iluminación del Palacio de Medicina), y pocos lo creímos. Anoche, sin pensarlo mucho, Metamkine construyó todo un escenario distinto, en el que muchos flotaron o se sintieron abrumados, en el que nadie pensó que iba a entrar.

fmx-Festival de México

¡Déjate transformar!


www.festival.org.mx