Por Carlos Prieto Acevedo
Érase una vez una secta de hombres que rehusaban tener rostro, religión y cordura. Entendieron el rock y el pop como una montaña de basura sagrada del que surgirían hermosos mutantes sónicos. Damas y caballeros, niñas y niños, haciendo gala de sus incomparables y deliciosas deformidades estéticas, se quedan ustedes con ¡The Residents!
Como todo culto prohibido, los orígenes e identidad de los Residents son borrosos y se confunden con la leyenda que ellos mismos reinventan sobre sí, desde hace 4 décadas de ininterrumpidas insolencias conceptuales. Para quienes la conocen desde hace tiempo, así como para los que apenas se acercan a ella, su música es una suerte de carnaval de máscaras, de sonidos-fetiche organizados de forma sacrílega, que nos llegan e impactan todavía con su secreta y lúcida osadía, a casi medio siglo de distancia. Plasmada en más de 200 producciones discográficas, videográficas e interactivas, dejan un legado artístico difícil de asir o de calificar de una vez por todas. Desde sus inicios se presentan en contra del mercado de la música pop y sus insufribles mitos y héroes que son descompuestos con gran elocuencia por los Residents, justo en el momento en que la utopía hippie entraba a su fin a fines de los años 60.
La secta de los hombres sin rostro
Se dice que desde entonces ya se encontraban trabajando en sus incipientes demos, recolectando cassettes de diversa índole y procedencia, que serían la materia prima de sus primeros experimentos de culto. Es hasta 1972, instalados en San Francisco, California, y desde su propio sello discográfico Ralph Records (creado por ellos luego de que Warner Brothers rechazará su primer demo), que comienzan oficialmente con su programa estético y anti-corporativo: descomponer la solemnidad de los discursos musicales del pop, trastocar sus valores y tergiversar sus formas. El resultado es una extraña mezcla de heterodoxas influencias: Sun Ra, Hank Williams, la música concreta francesa, Captain Beefhart, George Gershwin, Frank Zappa y John Cage. Usan para ello instrumentos electrónicos, el estudio de grabación y un cáustico sentido de la parodia, aplicado al enorme archivo del Pop generado por la sociedad de consumo norteamericana y su cultura del rock.
Siempre fieles a su inviolable política anti-autoral, con la que buscaron desacralizar los vestigios románticos que sustentan las nociones de obra y propiedad intelectual, muelen con sus aparatos la idea del “genio” y del culto a la personalidad, alentada por la industria y el mercado. Su primera gran broma de larga duración (Meet the Residents), lanzada en 1974 y creada con fragmentos de grabaciones de cassettes de cantos de aves, soldados de la guerra de Vietnam, música pop de finales de los 60 y efectos de sonido, muestra en la portada una pícara versión dadá de la célebre carátula del cuarteto de Liverpool, donde aparecen sus 4 rostros, Meet the Beatles. Con él se anuncia una serie de oscuras sátiras musicales que seguirán a lo largo de su trayectoria. Tanto el aspecto externo de sus discos, como el contenido, pasarán de la broma lúcida y corrosiva, al accidente musical afortunado o a la maestría en la experimentación sonora y la consistencia conceptual.
Este osado ejercicio de subversión sónica y textual se esconde bajo la imagen que hoy es emblema del grupo. Del mausoleo del rock progresivo y los baúles perdidos del rock en oposición, a los más nuevos gabinetes del arte sonoro y la plunderphonia contemporánea; todos conocen a los Residents por su atuendo surrealista, un gran ojo con sombrero de copa vestido de smoking.
Para evitar en lo posible el contacto directo y heroico con la prensa o con sus seguidores, esta esotérica agrupación creó una Cryptic Corporation desde inicios de los años 70; un vocero–oráculo que mediaría y daría informaciones apócrifas, dudosas o enigmáticas sobre la identidad real del grupo y sobre sus motivaciones o acciones artísticas.
Los sagrados escombros del rock
El periplo irreverente de esta agrupación se encontró a mediados de los año 70 sumergido en plena transición —grotesca y maravillosa a la vez—, del rock hacia otra cosa. Esta situación amorfa del rock y la estética incontrolable y ácida de los Residents propició la creación de grandes anti-monumentos musicales, y un cuestionamiento a la anquilosada experimentación electrónica y musical, aislada en la Academia.
Muchos no lo saben, pero Residents llevó a cabo en 1976 uno de los actos de terrorismo más sofisticados contra el archivo canónico de la imaginación pop occidental, en su disco Third Reich N’ Roll; espléndido mosaico de magia negra sonora, este álbum reúne en 40 minutos (divididos en 2 piezas: “Swastikas Parade” y “Hitler Was a Vegetarian”), un conjunto amalgamado de covers de joyas del rock clásico. Regurgitadas, ralentizadas y mezcladas en una masa musical primitiva en la que 29 hits de los años 60 son literalmente destripados y vueltos a cocer: Iron Butterfly, James Brown, Ted Nuget, los Rolling Stones entre muchos otros, adquieren los tintes diabólicos que alguna vez se le atribuyeron al origen innominado del rock, cantados y deformados (¿resucitados?), en esta ocasión por los Residents. De ahí se desprende en 1977 una versión de Satisfaction de los Rolling Stones, mucho menos conocida a la realizada por Devo en el 78 en clave electrodoméstica.
Otro de sus grandes atentados lo podemos escuchar en Beyond The Valley of the Day in the Life (luego editado en el disco The Beatles Play the Residents and the Residents Play The Beatles), donde realizan lo que muchos artistas sonoros posteriores han querido —u hecho— con The Beatles. Canibalismo musical, audio collage con discretos mensajes de repudio contra la política de atribución autoral, y contra la cursilería empaquetada del pop inglés. Como vemos, Residents inicia por el asesinato necesario de los padres del rock, tarea que se prolongaría durante mucho más tiempo, y se extendería a otros objetos sagrados.
Metapop
La trayectoria de los Residents acompaña distintos períodos de la historia del pop, creando en esta curva una especie de retorcido lado B de ésta misma; se apropian, hurtan y desechan las tendencias, estilos musicales y ruidos mediáticos de cada momento. En este ejercicio constante y abierto de asedio a los archivos del pop, Residents muestra una magistral utilización, no tanto de los recursos de producción musical en ese entonces emergentes —ligados a la electrónica—, sino del archivo discográfico, de la colección musical y de los sonidos encontrados con los que compusieron interesantes objetos y paisajes sonoros “no identificados”, aun inquietantes y perturbadores.
Eskimo (1979), integra la participación del ex Henry Cow, Chris Cutler en una experiencia sónica sin retorno: patrones de percusión se combinan con cantos manipulados de tribus polares, con sonidos no-musicales y con capas electrónicas, creando un comentario con humor siniestro —o altamente poético—, sobre la sospechosa atracción que la “música étnica” generaba en el oído del (naciente) pop multicultural, y su idea turística del otro.
A pesar de haberse negado a utilizar los sintetizadores para producir patrones rítmicos a la usanza de la disco music de la época, poco después, y haciendo gala de una absoluta ausencia de dogma, Residents realiza Diskomo (1980), una serie de temas y remezclas disco de las piezas incluidas en Eskimo.
The Commercial Album (1980), otro disco conceptual, integra forma y contenido en 40 temas de 1 minuto cada uno; jingles radiofónicos comerciales que, ensamblados de cierta manera, podrían generar canciones pop exitosas. Este disco fue tocado por ellos en la radio en San Francisco en algún momento de los 80, luego de que compraran tiempo aire de publicidad por 40 minutos, aludiendo a la colonización comercial de la radiodifusión musical estadounidense.
Entre sus mejores y entregas conceptuales más serias, está el proyecto American Composer Series de mediados y finales de los años 80, en el que pasaban por cirugía reconstructiva a creadores norteamericanos muy disímbolos —pero emblemáticos—, en anómalos binomios como: George Gershwin y James Brown o Hank Williams y John Philip Sousa: George & James (1984), y Star & Hank Forever (1986). Otro álbum, que no pertenece a esta serie pero se encadena con el proyecto de cirugía mayor al imaginario pop, es King and Eye (1989), compuesto por reinterpretaciones de standards del mismísimo rey de reyes: Elvis Presley.
A inicios de los años 90, Residents lanza el “espectáculo” Freak Show, una “meditación escénica” sobre la vida del circo y la demencia carnavalesca, experiencia que luego, en el 94, pasaría a servir de matriz para un experimento interactivo en CD–ROM, con el que inicia la veta electro-pagana de Residents y sus aplicaciones teatrales y multimedia. Un camino explorado anteriormente en sus tempranos momentos de vida, a través de cortometrajes y proyectos de cine experimental nunca filmados, o transformados en reconstrucciones musicales. Actualmente, la agrupación produce discos, DVD’s, y mantiene un ritmo constante de presentaciones, en las que llevan su cabaret experimental en ruinas de gira por el mundo, compartiendo con nuevas y viejas audiencias, su esquizofrénica sensibilidad. Casi media centuria demoliendo, robando y resignificando la cultura de masas, los Residents han creado un cuerpo de obra amplísimo que, desde el presente, puede verse como un atentado no sólo contra la solemnidad, el narcisismo, y otras actitudes que sostienen el edificio entero del pop, del rock y de la música culta (al fin todo, o casi todo es pop); sino contra ese territorio simbólico que alimenta el legado marginal de todo adulto contemporáneo.
En esta primer visita de los Residents a México, se nos presenta la ocasión para muchos, viejos y nuevos aficionados, neófitos de este culto subterráneo y remoto, de viajar a los oscuros abismos sin fondo de la experimentación, tomados de la mano de unos artistas que vislumbraron toda una estética radicalmente libre en la música contemporánea.